Esta semana se cumplió un año de que se declarara la pandemia en nuestro país, con más desatinos que aciertos por parte de nuestras autoridades de los tres niveles de gobierno y que en mucho el escudo fue el desconocimiento; sin embargo poco o nada ha variado desde el inicio: el uso de cubrebocas, lavarse las manos, la sana distancia y quedarse en casa.
¿Qué tanto aprendimos? ¿Qué tanto avanzamos? ¿a cuántos perdimos? ¿cuántos más faltan? ¿cuáles han sido nuestros pecados capitales?
LA LUJURIA, no solo vista desde del deseo sexual, sino de un permisivo e innecesario disfrute de convivencia social y alcohol, donde en la mayoría jóvenes que no han querido entender la gravedad de su comportamiento irresponsable y carente de valores humanitarios que han tenido consecuencias fatales en el núcleo familiar de quienes asisten a ellas.
LA GULA, como el consumo desbordado de comidas y bebidas, producto del ocio y estrés por permanecer enclaustrados por tanto tiempo. El incremento de la obesidad por malos hábitos alimenticios y si se suma a esto, el mal manejo de la restricción del consumo de alcohol al inicio de la pandemia que solo vino a exponernos vergonzosamente como consumidores de cerveza “a prueba de todo” y que abona al impacto en el incremento de conductas de violencia intrafamiliar.
Los mejores ejemplos de AVARICIA son las potencias mundiales y los grandes laboratorios farmacéuticos que produjeron la vacuna. Pero bueno, ese tipo de conductas también las vimos en México, los precios en los cubrebocas, oxímetros, oxígeno, antibacteriales y también lo vemos en los empresarios que exigieron reaperturas de negocios, con el argumento de mantener la planta laboral, pero a la par haciendo recortes (gente, sueldos o ambos) para no perder los márgenes de utilidades que se ven mermados al reabrir y darse cuenta que lejos están de que todo vuelva “a la normalidad”. Dicho desempleo, a la postre generará otra pandemia: la desesperación social; para la que tampoco hay una vacuna ni estrategia.
La impaciencia produce IRA, que muchas veces se traduce en deseos de hacerle daño a otras personas. El desahogo de la ira casi siempre viene acompañado de una agresión física o psicológica contra alguien. Es la manifestación de la frustración o la impotencia. El hecho de estar confinados por tanto tiempo y en medio de una incertidumbre generalizada nos afecta psicológicamente y es el otro factor generador de la violencia doméstica y laboral.
No está mal celebrar los éxitos de los demás ya que debería alegrarnos a todos. Mucho más si dichos logros se traducen en bienestar de la mayoría de las personas. ¿No se trata acaso de salvar el mayor número de vidas en medio de esta pandemia? ¿entonces porqué las autoridades no se ponen de acuerdo con los colores del semáforo y sus acciones? ¿se trata de medallitas de políticos o especialistas? LA ENVIDIA no siempre consiste en desear el bien o los éxitos de los demás, sino en algo peor: desear que a esas personas les vaya mal, sin importar incluso estúpidamente que uno mismo se cause un daño.
SOBERBIA de gobernantes que carecen de la humildad necesaria para reconocer que se han equivocado y que sus errores tienen consecuencias en pérdidas de vidas humanas, empleos y quiebra de empresas. Siempre encontrarán a quien echarle la culpa y jamás admitirán que se equivocaron al dejar al frente a quienes carecen de todo conocimiento y los llevó a ignorar a quienes si tienen la preparación o la capacidad para tomar decisiones acertadas y no laxas, tardías y contradictorias como hasta hoy e incapaces de frenar la tercera ola por semana santa. Pudo más el escrutinio político – electoral. Pero también se vio entre especialistas que como siempre les gusta decir más “te lo dije”.
La falta de credibilidad y actuación tardía de las autoridades; la estupidez humana y la indolencia empresarial nos tiene aquí, ya es tiempo de hacer algo por nosotros mismos, a un año de distancia ya no podemos decirnos sorprendidos, todos ya sabemos que tenemos que hacer.
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