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29 marzo, 2020

Las emergencias que vendrán
Rogelio Altez

La cuarentena mundial es una medida que da cuenta de la inexistencia de medidas ante la propagación global de un virus. De hecho, desnuda la falta de preparación nacional, pero sobre todo internacional y regional, frente a un problema que trasciende fronteras. Más aún, si el virus se ha convertido en una amenaza mundial, lo es debido a una forma de transmisión que es, sin duda, internacional, es decir: atraviesa las fronteras. Cuando observamos a los países, todos casi sin excepción, enviando a sus gentes a un confinamiento general, nos preguntamos por cuánto tiempo y para qué ha de servir, realmente, una medida como ésta. Si no se ha hallado cómo matar al virus, luego de la cuarentena, ¿qué va a pasar?

En primer lugar, debemos pensar en la emergencia global que estamos enfrentando, la cual, desde luego, es sanitaria, de salud pública. No se trata de la falta de cura, sino de la cantidad inmanejable de probables enfermos críticos en cada país. Por un lado, una vez más, esta emergencia nos ha demostrado que el planeta entero no ha aprendido nada de experiencias históricas no tan lejanas. Sin ir muy atrás, la pandemia de 2009 es un ejemplo cercano que debió dejar lecciones aprendidas. No obstante, esas lecciones se perdieron en el tiempo, como las pandemias anteriores. La emergencia sanitaria es la primera de las emergencias que nos envuelve con el Covid-19, y tal parece que todavía estamos empantanados en ella.

En segundo lugar, otra emergencia, igualmente global, se avecina, si es que ya no está generando problemas graves. Se trata de las economías nacionales, regionales y mundiales. Si sacamos cuentas, cada vez que un país se paraliza económicamente por una cadena de feriados o por un desastre que ralentiza los movimientos comerciales y de producción, su economía y su PIB padecen gravemente. Hoy podemos contar con semanas de paralización económica, e incluso un mes o más según el país. El problema es importante.

Llama poderosamente la atención que no se haya hecho nada al respecto. Es decir, si bien las cuarentenas dan cuenta de la ausencia de medidas, ¿cómo es posible que hasta el momento nadie se haya preocupado por buscar fórmulas de reactivación de las economías nacionales en beneficio, cuando menos, de economías regionales? Vamos, no es tan difícil. Cualquier Estado puede hallar estrategias eficaces para que ciertos sectores de sus economías pueda seguir funcionando sin poner en riesgo a los trabajadores. Pensemos en una industria en particular, incluso una grande y expandida, como la petrolera: ¿no sería posible lograr que cada sector pudiese trabajar bajo medidas de seguridad sanitaria controlando el contacto entre sus trabajadores? La respuesta es sí; la pregunta es por qué no se ha pensado en esto.

Al mismo tiempo, las regiones del planeta, hoy más que nunca, deberían recurrir a sus acuerdos comerciales y económicos para resolver problemas de abastecimiento y autosuficiencia en medio de una crisis que nos está aislando entre continentes. Sin lugar a dudas, es posible establecer formas de circulación económica regional con objetivos de cooperación entre países, para contrarrestar los efectos de la paralización del mundo. Estos mecanismos de circulación, igualmente, pueden coordinarse para que sean controlados sanitariamente, y evitar la propagación del virus o más contagios. Se puede hacer, es cuestión de coordinar; no obstante, se trata de voluntades políticas, el peor de los obstáculos.

Si las dos grandes emergencias indicadas no son gestionadas eficientemente, sobrevendrá una tercera que ha de significar el caos generalizado. En países tercermundistas, como los nuestros, los sectores menos favorecidos están siendo golpeados por la paralización económica. Estos sectores, en buena medida, conforman las economías informales de cada país, y lejos del señalamiento que se les ha hecho desde siempre, esas economías informales alivian al Estado en muchas cosas, especialmente en la carga del gasto público, por ejemplo. No le pesan al Estado en seguros ni pensiones, y permiten la circulación de la riqueza en estratos a los que la economía formal no llega a favorecer. Cuando estos sectores se paralizan, el Estado lo padece, pero el padecimiento mayor lo sufren directamente las personas que componen ese estrato de la sociedad. Si no se resuelve el problema de la paralización económica por las cuarentenas forzadas, estos sectores, probablemente, iniciarán escaladas de protestas que han de ascender en violencia. En países caracterizados por respuestas armadas ante la protesta, como Venezuela o Brasil, este escenario conduciría baños de sangre.

Un último escenario desprendido de estas emergencias conduce a una inmensa incertidumbre: ¿qué va a pasar cuando cesen las cuarentenas? O bien: ¿realmente han de cesar? El virus no tiene cura ni vacuna, por tanto, evitar los contagios es la única medida al respecto. Si las cuarentenas reducen el contagio, también es cierto que no matan al coronavirus. Por lo tanto, una vez que se levanten las cuarentenas, el virus volverá a escalar, pues no existen fórmulas para matarlo, ya que el problema no está solo en el contagio, sino en cómo evitar que el virus siga conviviendo con los seres humanos. Mientras el virus exista y no haya cómo contenerlo, será una amenaza sin remedio. Ante esta realidad, todo parece indicar que las cuarentenas proseguirán, pues volvemos al comienzo de estas reflexiones: ningún país cuenta con medidas previamente dispuestas ante una pandemia, y ninguna región se ha articulado cooperativamente para contrarrestar los efectos del problema.

La prolongación de las cuarentenas conduce al desarrollo de las emergencias mencionadas. En ese caso, el desastre está apenas comenzando.

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