Por Raymundo Padilla Lozoya*
Los datos
para documentar el número de fallecidos son muy imprecisos, por diversos
factores. No había médicos en todo el país especializados en diagnosticar con
precisión la epidemia. Ni laboratorios clínicos para hacer los estudios
pertinentes. Y quienes hacían los reportes civiles de defunción eran jueces,
médicos, asistentes y hasta los directores de panteón. Además, algunos médicos
diagnosticaban con base en los dichos de los deudos, porque se negaban a entrar
en contacto con el cadáver o con la habitación contaminada. Y en los pueblos
rurales las cifras aún son más imprecisas, había quienes mejor enterraban los
cuerpos en su propiedad para evitar el traslado y el contagio.
Sin embargo, las cifras
disponibles dan cuenta de un escenario catastrófico. En el mundo había 1 mil
800 millones de humanos (Kupperberg, 2008). A nivel internacional estaba
concluyendo la Primera Guerra Mundial y el desplazamiento de tropas americanas,
europeas y africanas en el norte de Francia facilitó la dispersión (McNeill,
1976). En Rusia había Revolución, como en México, y la población más pobre y
vulnerable era justamente la que estaba en los frentes de batalla y también
eran los más expuestos. Por lo anterior se estiman entre 40 y 100 millones de
muertos por influenza en el mundo, considerando las dificultades para llevar un
registro preciso en esos escenarios de conflictos bélicos. Por lo anterior, no
hay un dato preciso de fallecidos totales. Pero 100 millones representaría el
5% de la población mundial. La mayoría, fallecidos en unas cuantas semanas.
Cuando las cifras de muertos incrementaron mucho, el Dr. Victor Vaugham,
general de la armada estadounidense dijo, que si las cifras de mortalidad no
disminuían, la humanidad desaparecería en una semanas (Kupperberg, 2008).Fuente: Kupperberg, 2008. |
La gráfica
representa la estadística de muertos reportados desde los primeros días de
octubre en Nueva York, Londres, París y Berlín entre 1918 y marzo de 1919. Son
notables una ola por junio y julio, otra en octubre y sobre todo noviembre y la
final en febrero y marzo de 1919.
A la
dificultad del registro, también debe sumarse que otras enfermedades, o,
co-infecciones, disfrazaron, durante meses, la epidemia de influenza, entre
ellas mneumonía, bronquitis, bronconeumonía, gripe y pulmonía. Así, muchísimos
fallecidos en México y el mundo, fueron registrados por fallecimientos como
pulmonía, porque fue la enfermedad más evidente, pero esa pulmonía fue detonada
por la influenza, entonces también denominada “Influenza Española” (Crosby,
1989).
En 1918 no se
sabía que un virus causaba la enfermedad, y los médicos deducían que era una
bacteria o un microbio. Por ello se enfrentaron a la influenza con medidas
higiénicas, inadecuadas para contener su diseminación.
La sintomatología
incluía dolores intensos de cabeza, cuerpo cortado y cansancio, temperaturas
muy altas, tos severa, y se ha documentado ausencia de mucosidad nasal. En
casos terminales, los pacientes podían vomitar sangre, porque los pulmones
sufrían lesiones. Entre los sectores más vulnerables se encontraban los jóvenes
entre 20 y 40 años. En ellos los órganos internos reaccionaban con mayor
violencia ante el virus, causando inflamación y daños mortales. Una vez
diagnosticado con influenza el paciente, se presentaban casos de fallecimientos
en 24 horas y en otros podía ocurrir el deceso tras siete o nueve días de
convalecencia.
“Fue común
durante la pandemia una neumonía viral que causó sangrado en los pulmones, así
como también sangrado de la nariz, ojos y oídos. Otros sufrieron sangrado
debajo de la piel, lo que causó manchas negras que hicieron que muchos creyeran
que la enfermedad era una plaga bubónica en lugar de la influenza” (Kupperberg,
2008).
En cada
persona el virus actuaba distinto, dependiendo de su condición o
susceptibilidad física. Bastaban unas gotitas de saliva, expulsadas por tos o
estornudo para contagiar al receptor. Y una vez contagiado, el receptor ya podía
contagiar a otros. Los síntomas de un contagiado podían aparecer un día después
de haber sido contagiado. Pero podía contagiar, sin tener síntomas muy
evidentes (Kupperberg, 2008). Se ha documentado que la epidemia inició en
Kansas, EU, y el primer caso fue reportado en marzo de 1918, fue un cocinero
del campo militar, que contagió a los demás. Ahí murieron 47 de los 237
contagiados.
Las dudas, la inmunidad
subjetiva y la negligencia facilitaron los contagios. Por ejemplo, en Estados
Unidos de Norteamérica y Europa, la población salió a las calles a celebrar el
armisticio que ponía fin al conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial.Fuente: Kupperberg, 2008. |
En la fotografía se nota la felicidad de la población celebrando la firma del fin de la Primera Guerra, el 11 de noviembre, sin precaución de contagiarse unos a otros la influenza.
En México, la celebración del Día de Muertos propició el incremento de contagios. En el caso de Colima, la Feria de Todos Santos, en 1918, inició el domingo 27 de octubre y terminó el domingo 10 de noviembre. Durante esos 15 días, la población acudió masivamente a las instalaciones ubicadas en el denominado Jardín Núñez, el espacio público más grande del centro de la ciudad. Y frente al mencionado jardín, se ubicaba el Hospital Civil y la cárcel. En los días posteriores a la feria, se presentó el mayor incremento en la mortalidad de los colimenses.
La epidemia no distinguió clases sociales, indigentes, diputados, profesores y hasta los médicos padecieron el contagio y en muchos casos murieron. Uno de los personajes sobrevivientes, más notables, fue el doctor Miguel Galindo, director del Hospital Civil.
Fuente: Archivo Histórico del Estado de Colima. |
La imagen
muestra el oficio que recibió el gobernador de Colima Felipe Valle, el 13 de
noviembre de 1918. El doctor Miguel Galindo le informa que el personal ha sido
“atacado de influenza”, el administrador, los practicantes, seis enfermeras, la
mayor parte de los enfermos, “así también como el que suscribe”. Debió ser muy
estresante escribir un oficio donde prácticamente se estaba anunciando la
inminente muerte de los reportados. Sin embargo, el doctor Miguel Galindo
sobrevivió a la influenza y fue una figura política en el futuro.
Así como el
doctor Galindo, miles de colimenses sobrevivieron a la peor epidemia del siglo
XX. Y resulta muy lamentable que no exista un vestigio para honrar la memoria
colectiva asociada a ese gran desastre que hizo evidente una condición
vulnerable global ante la influenza. Sorprende además que en los atlas
municipales de peligros, rara vez se menciona a esta epidemia, siendo una de
las grandes omisiones técnicas de quienes los elaboran. A principios del
próximo año será presentado el único libro que reúne estudios inéditos para identificar
los impactos de la influenza en todo México y las respuestas diferenciales. De
igual manera, el próximo año, aparecerá el libro Impactos de la Influenza Española en Colima,
elaborado por el autor de este artículo.
* Periodista,
historiador y antropólogo, especialista en riesgos y desastres, Universidad de
Colima. Más publicaciones: https://ucol.academia.edu/Raypadillalozoya
Referencias:
Crosby, Alfred W. 1989 Amricas
forgotten pandemic, the influenza of 1918, Cambridge University Press, Nueva
York.
Kupperberg, Paul 2008 The influenza pandemic of 1918-1919,
Chelsea House Publishers, Nueva York.
McNeill, William H. 1976 Plagues and peoples, Anchor Books, Nueva
York.
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