¿SABRÁ EL INAH QUE EXISTE LA
PROTECCIÓN CIVIL?
Independientemente de los problemas que ha venido acarreando
el Instituto Nacional de Antropología e Historia, tanto administrativos y
operativos como académicos, desde hace varios años, los sismos de hace 4 meses dejaron unos mil 800
inmuebles históricos dañados, según las cifras que proporcionó la Secretaría de
Cultura. Además hay bienes muebles (pinturas, retablos, esculturas, objetos de
culto y otras piezas de arte ligadas a la liturgia católica) con afectaciones,
situación que toma importancia en un país con una población mayoritariamente
católica.
Aunado a lo anterior se suma que también desde los sismos del
7 y 19 de septiembre, el Instituto en comento se ha quedado sin sede, ya que la
que ocupaba en la Colonia Roma quedó severamente afectada, y al decir de los investigadores
y trabajadores, no tiene posibilidades de rehabilitación…
Pero el tema central, es la necedad con la que impide que los
inmuebles afectados tengan una buena obra de reparación, reconstrucción,
mantenimiento, o peor aún, cuando es necesario, su remoción o demolición
completa. Entiendo que se trata de edificios con valor histórico y cultural, o
que estén dentro del catálogo del Patrimonio de la Humanidad, pero en realidad
representan un riesgo para población. Entiendo también que el INAH investiga,
conserva y difunde el patrimonio arqueológico, antropológico, histórico y
paleontológico de la nación para el fortalecimiento de la identidad y memoria
de la sociedad que lo detenta, pero no debe ser ajeno a la política de
prevención y Gestión Integral de Riesgos que debe existir en el país, para la
protección de esa misma sociedad.
Basta caminar por el Centro Histórico de alguna ciudad y
contemplar casonas, palacetes, templos religiosos o cualquier inmueble que se
ha dañado por sismos, por el tiempo, por la carencia de recursos o por
problemas legales con entre particulares, para darse cuenta que están
sostenidos por polines, con algún aviso de advertencia en el mejor de los
casos; ejemplos hay muchos, y que están dañados desde el sismo de 1999 en la
ciudad de Puebla, por ejemplo.
La Ciudad de México no es la excepción, existen vecindades en
el Centro Histórico que están dañadas desde 1985, y que cuentan con gente que
habita dentro de ellas, pero que no pueden ser “tocadas” porque están dentro
del catálogo o simplemente su “valor histórico” pesa más que la seguridad de
las personas.
Es preocupante el hecho de que no existe conciencia de que un
sismo se puede presentar de un momento a otro, y que los polines o las cintas
de precaución, no impedirán que se colapsen estos inmuebles, y causarán más
daño y, muy posiblemente, pérdida de vidas.
La necedad, la cortedad de miras, la carencia de visión de
este instituto, no solamente ha impedido el correcto usufructo de los
inmuebles, sino que incrementa la vulnerabilidad de ciudades que, aun estando
dentro del Patrimonio de la Humanidad (ergo turismo), pueden verse afectadas en
muchos sentidos. El valor histórico no debe enemistarse con la seguridad, con
la protección ni con la prevención; pueden convivir correctamente siempre y
cuando se establezcan los parámetros correctos para reducir esa vulnerabilidad
y proteger a las personas y, evidentemente, a los bienes del patrimonio mismo.
Es momento de dejar ya el “siempresehahechoasí”, y entender
que una barda, una fachada, un balcón, puede matar a la gente, no con un sismo,
con la simple vibración de un camión al pasar cerca de éstos. Es la oportunidad
de crear resiliencia dejando ir el pasado tangible y asegurar un futuro con
prevención.
Como adendum, existe en Europa una gran cantidad de inmuebles
con más 800 años cuya conservación está a cargo de particulares y que funcionan
como hoteles, restaurantes, paradores turísticos, por supuesto museos, entre
otros rubros y cuya atracción a turistas contempla importantes medidas de
seguridad.
César Orlando Flores Sánchez.
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