Cuando se escucha por las noticias
que al inicio del año ocurren deslizamientos e inundaciones que se convierten
en desastres, con graves impactos sobre la vida, bienes y la funcionalidad de
los territorios, surgen múltiples interrogantes como: ¿si las acciones llevadas
años pasados han sido suficientes para reducir el riesgo, o si por el contrario
los niveles de riesgo han aumentado, a tal punto que su manejo anticipado ha
desbordado las capacidades de la sociedad para hacerle frente a las crisis que
estos generan?; ¿será que la inversión en reducción del riesgo es la suficiente
y es proporcional con el riesgo existente?; ¿el conocimiento del riesgo es el
adecuado, está disponible y accesible?, ¿los programas de gobierno realmente
integran la reducción del riesgo desde una dimensión articuladora de los procesos
del desarrollo, o simplemente hace parte de un capitulo adicional, desconectado
del contexto territorial?; ¿la reducción del riesgo se hace solo como una
acción de cumplimiento a las “asustadurías” (procuraduría, contraloría,
fiscalía, personería, etc.,), o como el nivel más estratégico de la planificación
de un desarrollo más seguro, sostenible y resiliente?.
Estas, entre muchas otras preguntas
son las que obligatoriamente deberían abordarse para plantear o reorientar las
acciones en reducción del riesgo para este año 2018. Así la gestión del riesgo
dejaría de seguir siendo de papel y se convertiría en una oportunidad para los
territorios. El Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015
-2030 es la principal carta de navegación desde lo global hacia lo local, para
que desde lo local se impacte lo global.
La resiliencia, como proceso para resistir, adaptarse, prepararse y
recuperarse emerge como una habilidad para resolver problemas. Es resultado de
un contexto social, económico, político, institucional, ambiental (físico y
natural), cultural, productivo, dado que actúa mancomunadamente. El surgimiento
de la resiliencia debe ser un propósito del sistema social dentro de los
diferentes quehaceres del andamiaje político institucional de un territorio (Peralta & Velásquez, 2017).
Esto significa que en la resiliencia está la oportunidad para articular riesgo
y desarrollo como temas de una misma agenda.
Para poder llevar esto a la práctica,
la resiliencia como eje potenciador de la gestión del riesgo, debe ser
asumida y encarnada por los líderes tomadores decisiones, que en la actualidad
ejercen su función pública, además de todos aquellos que desde lo académico y
organizacional lideran estos procesos en los países. No es posible hablar de
territorios resilientes, si sus líderes e instituciones no lo son, y además no
preparan a la sociedad a quien representan para hacer el camino y caminar
conjuntamente hacia un propósito común.
Antonio Machado en su poema caminante
no hay camino, nos motiva a reconocer que el camino se hace al andar, así es la
resiliencia, esta se crea y se re-crea en la vida. La resiliencia es para la vida y no solo para el desastre. Caminante,
son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino
al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda
que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la
mar.
Peralta y Velásquez (2017) en el libro: Resiliencia, la clave del nuevo liderazgo
del siglo XXI, proponen y desarrollan diez cualidades que requiere un líder
en resiliencia, estas son: el autoconocimiento, el compromiso, el respeto, la
inclusión, la confianza, la reciprocidad, la articulación, la flexibilidad, la
creatividad y la comunicación. Estas cualidades se deben consolidar para
conectar, promover y aplicar la resiliencia, como parte del desarrollo individual
y organizacional. Son referentes motivacionales, afectivos y actitudinales para
quienes quieran asumir una nueva manera de ser líder. Caracterizan así mismo,
la identidad personal y el control de los procesos para el desempeño de las
competencias en contextos específicos. La resiliencia es el camino hacia la
reducción del riesgo y la sostenibilidad es el horizonte.
Es así como este inicio del año 2018 debe
plantear nuevos retos, entre muchos, hacer que la “palabra de moda” resiliencia
se convierta en una “palabra clásica”, que motive una reflexión crítica de la
realidad en texto y en contexto sobre el riesgo y el desarrollo. Que supere la superficialidad
con la cual se concibe, conoce y se aplica, como un elemento de fortalecer la
gobernanza y la gobernabilidad del riesgo. Que sea la palabra poderosa para
convocar a la sociedad en su conjunto a reflexionar y actuar de manera decidida
sobre la manera en que se planifican los territorios, para evitar construir
riesgos futuros y reducir los existentes. Para que la reducción del riesgo deje
de ser un adicional en los planes de desarrollo y se convierta en elemento
estratégico de la planificación.
La invitación a todos los que lean este artículo es a que conjuntamente hagamos lo diferencia. Para esto hay que estar dispuestos a romper paradigmas, a cambiar modelos mentales y salirse de la zona de confort.
Observatorio Resiliencia Territorial
Centro de Pensamiento, Innovación e Investigación
Soluciones Resilientes
La invitación a todos los que lean este artículo es a que conjuntamente hagamos lo diferencia. Para esto hay que estar dispuestos a romper paradigmas, a cambiar modelos mentales y salirse de la zona de confort.
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