Photograph title: Sport
versus tsunami, playing football in high tsunami risk areas. Understanding Risk theme(s) that photo
relates to: Adaptation capacity to natural conditions in a territory. Date photo was taken: 2005. Location
photo was taken: El Bajito-Tumaco (Nariño - Colombia). La fotografía: Sport
versus tsunami, playing football in high tsunami risk areas, tomada por el Ing.
Civil Henry A. Peralta, luego de ser una de las 12 finalistas del concurso
Understanding Risk (http://community.understandrisk.org/), obtuvo el segundo
puesto. La fotografía fue presentada en el acto inagural del Foro Entendiendo
el Riesgo - organizado por el Banco Mundial del la 1 a 6 junio 2010 en New York
Por: Henry Adolfo Peralta.
Ing. Civil. Magister en Educación
Gerente General de Soluciones Resilientes
Una manera de concebir lo complejo es entender
primero lo más simple. Es tocar la esencia de las cosas; ir de lo conocido a lo
desconocido. Hace muchos años comprendí eso en la universidad mientras recibía
mi curso de algebra avanzada. “Si no
somos capaces de entender lo simple, difícilmente vamos a entender la
complejidad de la vida”, eso nos dijo el profesor. Se trata de desagregar
la realidad o los componentes de un sistema en elementos más simples y desde
ahí entender su funcionalidad, sin perder de vista una visión sistémica del
mismo.
Para entender el comportamiento complejo
de la naturaleza, la ingeniería ha optado por explicar la realidad a través de
modelos más simples. Modelar la realidad no es una tarea sencilla, requiere una
visión sistémica de las cosas. Sin embargo, la ingeniería se ha atrevido a hacerlo
fácil, al tratar por ejemplo de explicar el comportamiento de una estructura
sometida a un movimiento sísmico, a través del método denominado de fuerza
horizontal equivalente. Este método, consiste en representar las fuerzas
sísmicas de diseño mediante cargas laterales estáticas, reduciendo el problema
dinámico a uno estático. Es un principio básico de la ingeniería sísmica para
avanzar a niveles de mayor complejidad por aproximaciones sucesivas.
Hace 17 años atrás, me encontraba en el inicio de mi carrera
profesional como ingeniero civil en el campo de la evaluación del riesgo de
desastres de poblaciones a gran escala. Tenía la responsabilidad de trabajar en
uno de los territorios más complejos de Colombia desde el punto de vista físico
natural - entre sismos, licuación y tsunami-, lo social-cultural, lo económico
y político, el Litoral Pacífico.
Corría entonces el año de 2001 y uno de mis primeros maestros
me compartió un documento para leer antes de subir al avión que me llevaría a este
nuevo territorio. Ávido por entender la complejidad a lo que me enfrentaba,
inicié la lectura y me encontré inmediatamente con esta reflexión de mi maestro
Meyer: “¡Un ingeniero moderno, ¡por
favor! Necesito la opinión de un ingeniero para el presente. No de aquellos
obsoletos que creen que toda tecnología es sinónimo de progreso, que la
Naturaleza sólo está para ser vencida, superada y aprovechada, que la ingeniería
lo sabe y puede todo, que se mofan de fanatismos ecológicos y pruritos
ambientalistas. Necesito un ingeniero moderno, que entienda que hay que
construir no contra sino con la Naturaleza, que la Naturaleza da tregua, pero
no se deja superar”.
Esta reflexión se quedó grabada en mi mente y en mi hacer. Entendí,
desde ese entonces, que debía despojarme de los modelos mentales que me
acompañaban, para comprender la dinámica natural desde diferentes perspectivas.
Desde esta nueva visión y con el mundo que se abría generoso desde la nueva
comprensión, inicié con la evaluación del riesgo de desastres que hasta ese
momento había adquirido, procesado y aplicado en contextos urbanos más
citadinos. Debía abrir la mente, el corazón y el alma. Preparar mis sentidos
para ver, escuchar, percibir, sentir, oler, saborear el Pacífico colombiano. Tenía
una semana para contemplar un nuevo entorno, que se escapaba a la realidad
cotidiana de mi propia experiencia como “riesgólogo” en formación. La
metodología por aplicar no sería la misma, me advirtió mi mentor, afirmando que
el mismo contexto me daría las respuestas para encontrar el camino.
En aquella, mi primera travesía por el Pacífico ,
navegando entre vulnerabilidad y resiliencia, fueron muchos los aprendizajes
que obtuve. Por cielo, tierra y mar conocí la majestuosidad y generosidad de la
naturaleza y en contraste el impacto inclemente de los seres humanos sobre
ella. El éxito en comprender esta nueva realidad, lo encontré en la observación
de la naturaleza y su interrelación con su entorno y viceversa. Pensar en todo
esto me ayudó a iniciar la renuncia consciente y paulatina de los viejos paradigmas
y conceptos, esta experiencia temprana en mi vida profesional indudablemente
marcó una etapa, estableció nuevos modelos mentales y me permitió arriesgarme a
romper paradigmas. Todo esto fue el inicio personal para hacer camino al andar,
el compromiso de convertirme en un educador y llevar estas experiencias, y las
que la vida me deparaba, para trasladar este entendimiento amplio y sin
prejuicios a cada persona, cada comunidad sobre la complejidad del riesgo.
Comprendí también y pude comprobar lo que en teoría había
estudiado y leído en los libros de la RED de Estudios Sociales en Prevención de
Desastres de América Latina: “el riesgo
es producto de una construcción social”. Esta fue una enseñanza aprendida,
lo pude experimentar en todas sus formas,
ver, sentir, percibir y oler en todos los lugares de ese lugar no tan “pacífico”
. Entre esteros, bocanas y el mar abierto pude comprobar la alta exposición de
pueblos enteros a las olas de un tsunami, para ello tan solo bastaba levantar
la mirada y observar la fragilidad de las precarias construcciones. De la misma
manera palpé la subjetividad del riesgo. Para muchos de sus pobladores el
Tsunami no estaba entre sus amenazas más importantes, por el contrario entre
sus prioridades estaban su propia sobrevivencia diaria, el poder comer,
trabajar y movilizarse con autonomía.
Hoy a la luz de los años vividos y la experiencia acumulada de
este incesante viaje entre la vulnerabilidad y la resiliencia, entendiendo también
que no hay recetas prescritas para evaluar el riesgo. Cada contexto tiene una
particularidad que es necesario observar y entender. Así mismo, que es urgente
cambiar nuestros viejos lentes, ya gastados, por unos lentes nuevos, ojalá
bifocales, para ver de manera más clara la problemática del riesgo y el
desarrollo desde una perspectiva sistémica y no aislada. Este proceso implica
establecer una pedagogía y didáctica innovadora y re-evolucionaria para la
enseñanza y el aprendizaje de la resiliencia.
Desde otras experiencias por este camino, volvió a mi memoria
el escrito: “un ingeniero moderno”. Esta vez en el año 2007, en un
acompañamiento técnico – humanitario con comunidades del pueblo indígena Nasa, quienes afrontaban la reactivación
de uno de los volcanes nevados más altos de Colombia. Esta práctica me llevó a concluir, en relación con
el conocimiento científico, que el saber tradicional tiene ciencia y que la
ciencia tiene saber tradicional. Que muchas veces en la resolución de
conflictos funciona más pensar con el corazón (intuición), que únicamente con
la razón.
Bajo esta comprensión, fue
posible generar espacios de relacionamiento entre sabedores del mundo de afuera
(científicos) y los del mundo de adentro (comunidades). No sólo se dieron en
los espacios físicos de encuentro, sino en la virtualidad (el Internet -
haciendo uso de los nuevos repertorios tecnológicos) y en los “espacios mágicos”
que hacen parte de los usos y costumbres de los pueblos ancestrales expresado
en la ritualidad. El aprendizaje de esta experiencia, fue la invitación a
valorar el conocimiento en toda su amplitud, para leer de una manera
complementaria las señas y señales del territorio desde el conocimiento
tradicional y desde los aportes desde una lectura científica que hace uso de prótesis tecnológicas, para medir el
comportamiento de la tierra, mediante el uso de equipos sofisticados de
sensores de medición.
Mucho de este aprendizaje
ancestral, permeado por mis experiencias tempranas como profesional en el tema,
quedaron en las memorias de mi tesis de maestría. En ella pude hacer honor y
reconocimiento a los indígenas Nasa
al presentar en un proceso de reflexión – acción- reflexión, la experiencia de
enseñanza aprendizaje. Ello implicó la recuperación y armonización de saberes
tanto del “mundo de afuera” como del “mundo de adentro” contenidos en ROSA,
acrónimo de Recuerdo, Observación, Sueño y Algoritmo, metodología propuesta en este
trabajo. El Recuerdo, hacía alusión a la valoración y recuperación de los saberes
contenidos en los registros, orales, textuales y contextuales de la memoria de
los participantes del mundo afuera (recuerdos técnicos e ilustrado) y los del
mundo de adentro (recuerdos comunitarios).
Desde la cosmovisión Nasa, la construcción de resiliencia
comunitaria a partir de la recuperación de los saberes contenidos en ROSA,
aportaron una gran riqueza conceptual y práctica, representadas en formas
ejemplares de ver, sentir, escuchar, interpretar y monitorear las señales del
territorio. Ello incluyó percepciones de los riesgos a través de los sueños,
una destreza singular y propia de quienes han construido milenariamente su realidad
a partir de la oralidad de la palabra, que asociado a sus dinámicas
territoriales, ha representado una oportunidad para revisar y repensar su
relación con la naturaleza.
Esta experiencia con el pueblo
indígena Nasa me llevó a reflexionar
sobre la necesidad de armonizar saberes científicos con saberes tradicionales. A
comprender que ninguno está por encima del otro, ni que uno tiene toda la
verdad. Son aproximaciones de formas de ver, sentir, percibir, medir y mediar
con el mundo desde dos ópticas diferentes, desde el saber ilustrado por un lado
y por otro desde el saber popular. Ambos buscan explicar desde su enfoque una
realidad dada, su objetivo común es el entendimiento para interrelacionarse
mejor con su entorno. Lograr establecer el punto de encuentro donde confluyen sus semejanzas o
acercamientos es la clave para valorar ambos saberes.
Mi viaje personal, navegando
entre vulnerabilidades y resiliencias, me mostró que estas últimas, la mayoría
de veces, están ocultas, obnubiladas por el modelo imperante paternalista y
asistencialista. Este modelo busca tender la mano no para enseñar a pescar sino
de proporcionar el pescado; no para enseñar a nadar, sino para lanzar los neumáticos
salvavidas.
Luego de navegar muchos años
entre las vulnerabilidades de pueblos expuestos a diversas amenazas, sísmica,
volcánica, tsunamigénica, de inundación y deslizamientos, comprendí la
importancia de enfocar la mirada hacia la resiliencia, esa palabra actualmente de moda. La resiliencia va en contravía
del asistencialismo y de esa manera promueve la autonomía. El nivel de
resiliencia de una sociedad es directamente proporcional al grado de autonomía
que tenga. Entre más asistida sea, será menos resiliente.
Como reflexión de estas experiencias
puedo decir que hoy es necesario transitar desde la senda de vulnerabilidad
hacia la resiliencia y de la resiliencia hacia la vulnerabilidad, ya que ninguna
existe sin la otra. Una puede ser mayor o menor pero ambas suman la unidad. Todos
llevamos un RES-VUL (RESiliencia – VULnerabilidad) dentro, que es necesario
identificar, valorar y fortalecer. Así como cara y sello son los dos lados de
una misma moneda, de igual forma la resiliencia y la vulnerabilidad son los dos
aspectos de una estructura o de una sociedad o de una persona. Operativamente,
la resiliencia se incrementa y la vulnerabilidad se reduce.
El reto está en potenciar las
capacidades de los individuos y la sociedad en su conjunto en sus diferentes
formas de expresión social, política, económica, ambiental y hasta espiritual
es el desafío para las próximas tres décadas, para enfrentar la nueva
globalidad y un mundo en un clima cambiante. Aunque hay que seguir reduciendo
vulnerabilidades existentes mediante una gestión correctiva, la resiliencia por
el contrario se hace aquí y ahora para fortalecer en prospectiva el futuro que
queremos ser.
Los invito para que naveguen
conmigo entre la vulnerabilidad y la resiliencia, ya que invertir en
resiliencia es el mejor negocio tanto a nivel individual como colectivo y de
manera paralela, reducir la vulnerabilidad en todos y cada uno de los individuos
para forjar una sociedad resiliente.
Muy importante reflexión para tenerse en cuenta en las particulares circunstancias actuales.gracias por su divulgación.
ResponderEliminarSimplemente maravilloso, el reconocimiento del saber y el vivir de un territorio permite llevar a la gestión del riesgo en un verdadero proceso social.
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